¿Está hecho el mundo para los mediocres? Sacrificio, pasión y sueños
Decía el ahora infame Donald Trump que el peor trabajador no es el malo, sino el normal, porque al inútil lo ves a leguas y lo despides, al que destaca le subes el sueldo e intentas que se quede siempre contigo, pero al mediocre nunca lo echas porque no hace nada lo suficientemente negativo para que así sea, pero tampoco nada brillante como para hacerte destacar.
De modo que al final acabas manteniendo a un tipo que no ha hecho, hace, ni hará nada realmente destacable en toda su vida. Puede parecer discordante, pero mientras el capitalismo exige el máximo nivel para que sobrevivamos, también ha conseguido que la clase dominante sea la de las personas sin un atisbo de lucidez destacable.
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Si uno tiene que debatirse entre explotar al máximo sus talentos y saber que eso puede crear incomodidades o hacer un trabajo promedio en el que únicamente te dedicas a cumplir (pero a su vez minimizar el riesgo de turbulencias en tu viaje vital y laboral), mucha gente se queda con la primera opción.
De ahí la incongruencia: se nos exige ser los mejores, pero si el camino a serlo muy a menudo incluye envidias y zancadillas, terminamos por optar por la comodidad y a la supervivencia básica.
¿Es más cómodo simplemente ser uno más?
Pero eso a su vez nos llena de infelicidad, o más bien de vacío, que es más cómodo y menos reconocible. Saber que estamos dando un porcentaje mínimo de nuestras capacidades nos hace entrar en ese limbo o modo zombie en el que vemos pasar los días sin sufrimiento, pero tampoco con una razón real para levantarnos.
No estoy hablando de esa figura casi inexistente del emprendedor que se convence de que es el nuevo Mark Zuckerberg para compensar el bullying de la infancia, sino de no tener miedo a explotar y agudizar nuestras virtudes y a explorar la excelencia de un modo sano, racional y voluntario.
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Demasiado a menudo vemos cómo aquel que expresa sus proyectos, que van más allá del trabajar de lo que sea, ver el fútbol y saber de cerveza, es tratado casi como un extraterrestre, alguien que no vive con los pies en la tierra. Precisamente es ese alien el perfil del 90% de la lista mundial de Forbes.
Decía Bill Gates aquello que se ha repetido hasta la saciedad de «sé amable con los nerds, es muy probable que acabes trabajando para uno de ellos», una frase esencial en un mundo en continua revolución tecnológica tras la llegada de esa nueva rueda llamada Internet. Puedes estar con los nerds, o puedes ser el que se mete con ellos. Lo segundo es más fácil.
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Perseguir cualquiera que sea tu sueño siempre será más sacrificado que nadar con la corriente, pero también menos satisfactorio. Es simplemente una cuestión de elección: puedes vivir cómodamente haciendo lo que todos (que si es lo que buscas, es plenamente respetable) o descubrir aquello en lo que brillas y perseguir ese sueño como un guepardo a una gacela.
Si eliges la segunda posibilidad sufrirás de la incomprensión del resto, de la mofa de la media, pero si logras únicamente el 30% de tu objetivo, disfrutarás de la mayor de las alegrías y felicidades: saber que uno es el arquitecto de su futuro y que no hay (a menos que uno lo quiera) por qué conformarse con ese ver pasar de los días esperando al viernes, al puente y las vacaciones.
Es el precio a pagar, pero también la recompensa en una sociedad que corona con laureles al exitoso pero que intenta desanimarlo en su camino.
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El viaje del héroe aplicado a la vida real, a la paciencia, al tesón, a la energía y a las capacidades, algo tan incómodo para la mayoría como incomparablemente satisfactorio para uno mismo. Si estás en el arduo camino de perseguir tus sueños y aun no has visto la recompensa, ten claro que esas heridas al escalar la montaña son las que te harán disfrutar de la cumbre.
Hablando de personas que persiguen sus sueños, te va a encantar nuestras lecciones empresariales de Master P