¿Fue «State Property» la peor inversión que ha hecho JAY-Z en el cine?
Aunque solemos aplaudir a JAY-Z por sus ideas brillantes, producir «State Property» no fue una de ellas.
Si nos vamos hasta 2002, la cosa era bastante diferente. La economía mundial estaba en éxtasis, los raperos eran las nuevas estrellas del rock (y los nuevos iconos de casi cualquier cosa) y la figura del emprendedor o empresario revolucionario empezaba a ser algo así como el must.
Ya no bastaba sólo con tener éxito, había que proyectar esa figura que bebía de Steve Jobs o Daymond John, salvando las distancias entre uno y otro.
JAY-Z y Damon Dash estaban en lo más alto en 2002
Y claro, Damon Dash y los chicos de Roc-A-Fella no iban a ser diferentes. Dash (ya saben, socio de JAY-Z desde los inicios en la discográfica y mil otros negocios, aunque luego se separaron) estaba bastante al día de lo que era cumplir con esa imagen de empresario imbuida en el colectivo general y, de camino, hacer —más— dinero. No sólo hay que serlo, también parecerlo.
Así que decidieron producir su propia película y probar en el negocio cinematográfico. No en vano, habían metido dinero en muchas otras cuestiones y casi siempre les había salido bien, entonces ¿por qué ahora iba a ser diferente?
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La película que rodarían se llamaría «State Property» (incluso llegaría a tener una secuela, de la que hablaremos en otra ocasión) y estaría protagonizada por Beanie Sigel, Omillio Sparks, Memphis Bleek y el propio Damon Dash. Aunque contaría con cameos de JAY-Z, entre otros.
El largometraje narraba la eterna historia de un tipo sin recursos llamado Beans (Beanie Sigel) que, harto de ver sus sueños frustrados, decidirá —junto a su banda— ir a por todas e introducirse en el negocio de la droga a lo grande. Los problemas vendrán cuando el resto de grupos de camellos empiecen a complicarles la vida, especialmente una de las bandas rivales.
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La dirección de la cinta estuvo a cargo de Abdul Malik Abbot, que simplemente venía de haber dirigido algún documental y, sobre todo, ser operador de cámara. Como podíamos esperar, «State Property» fue recibida de manera tibia por el público (aunque con las ventas de la banda sonora acabó siendo rentable) y de modo muy negativo por la crítica.
Y es que, más allá de tener una serie de caras conocidas en pantalla, la cinta carece de profundidad, complejidad y casi de cualquier tipo de valor cinematográfico: no hay grandes tomas, grandes actuaciones, buena fotografía ni un guión que no parezca un refrito de temas a su vez sobados y manidos.
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Es lo que suele ocurrir cuando se juega a ser empresario en terrenos de la competencia, que si no se apuesta de veras y se cuenta con los mejores el resultado puede ser catastrófico. Aunque quizás, como retrato general de esa explosión a todos los niveles que era el hip-hop a principios del 2000, pueda ser interesante un visionado. O no.
Y para alegrarnos el día nada mejor que disfrutar de los mejores discos de la historia de Def Jam.