De lo mejor de Woody Allen: «Día de lluvia en Nueva York»

Tal vez no se haya hablado lo bastante de «Día de lluvia en Nueva York»,

Tras su (eterno) periplo mercenario por Europa, en el que dirigió «Café Society», «Magia a la luz de la luna», «A Roma con amor», «Medianoche en París» o «Vicky, Cristina, Barcelona», Woody Allen vuelve a dirigir en su Nueva York natal, y el mundo no podía estar más feliz. Se acabaron -o eso parece- los publirreportajes pagados y la irregularidad a un escritor, guionista y director que a su edad tampoco tiene tiempo de andarse con juegos.

Y es que ya con el título («A Rainy Day in New York») podemos darnos cuentas de todo: una completa declaración de intenciones en la que la ciudad es lo de menos y es lo de más. Sabemos que volvería a sus personajes ricos y complejos, a sus vueltas de tuerca, a los giros del destino y a esos porches, terrazas, hoteles y bares del Village, Tribeca o la sexta avenida.

Da igual quienes sean los nombre propios de cada póster de la última de Allen, el mejor protagonista siempre es Manhattan. Y aquí ha vuelto a serlo (aplausos).

«Día de lluvia en Nueva York» cuenta como dos jóvenes universitarios se disponen a pasar un fin de semana en Manhattan. Mientras ella va a entrevistar a un reconocido director de cine, él va a pasar tiempo con sus padres… pero como siempre la cosa no será tan sencilla y el destino (aun tratándose de un solo fin de semana) los llevará por distintos caminos. Nada es tan sencillo ni tan previsible cuando se trata de la ciudad de los rascacielos, al menos desde las gafas de Woody Allen.

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El neoyorkino nos devuelve esos personajes con genuína cultura e interés por el arte, la literatura y la belleza pero alejándose de la pedantería, en ese punto en que es maestro. Y, curiosamente, los tres jóvenes protagonistas Timothée Chalament, Elle Fanning y una espontánea Selena Gomez (han leído bien) lo captan a la perfección.

«A Rainy Day in New York» es una vuelta consciente a lo mejor (y más sencillo en su complejidad) del genio de Brooklyn. Es bella, nostálgica, melancólica y se regodea en su clasicismo como si estuviera escrita y dirigida justo después de Manhattan (1979). Obviamente no es tan perfecta y magistral como aquel film, pero nos devuelve de algún modo al mismo Allen.

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El realizador nació en 1935, y de ahí la importancia de su vuelta a lo mejor de sí mismo. No es un director al que le queden veinte películas y eso hace que esta vuelta a la primera (y mejor) página de su filmografía la gocemos sorbo a sorbo, como una oportunidad que no sabemos hasta cuando podremos seguir disfrutando.

Atemporal, magnífica y un homenaje involuntario a lo mejor de sí mismo.